Estampado de leopardo con mojo picón
mayo 26, 2012 § Deja un comentario
La mochila de Cesar Martín va bien cargada. Sin salir de Madrid, el viaje del cocinero ha sido largo y sinuoso. Ha conocido los poderosos platos de caza de La Albacería de la Villa, la elegante cocina de mercado vasco francesa de Balzac o los mandamientos italianos de la Trattoría D’G. Ingenio y tradición, ese es el mapa para entender los tesoros de Lakasa, el primer proyecto propio del chef madrileño.
En un espacio más cercano al manido gastrobar que al restaurante tradicional, las mesas se presentan apretadas y en semicírculo. Sobre unos sofás de estampado de leopardo, unas barras metálicas recorren paralelas al techo la circunferencia. Como si le fueran a grabar a uno un travelling cenital mientras le da un tiento a las vieiras a la brasa con pez mantequilla; o las verduras salteadas sobre un delicado parmentier; o un milhoja de rape y calabacín acompañado de un consistente tapenade, salsa provenzal de aceitunas negras alcaparras, anchoas y aceite de oliva.
Entre los productos de temporada destacan los espárragos blancos de Tudela o las setas (en sabroso risotto con foie o bajo unos huevos escalfados). Y la peculiar interpretación de las pizzas. La cuatro quesos españoles: manchego, Torta del Casar, Picón Tresviso e Idiazabal; parafraseando al texto de la carta: ¡Toma ya! O la pizza de mojo picón, a la vista camuflada de margarita. Un trampantojo canario, con el mojo sustituyendo al tomate en un equilibrado acierto.
Menos efectivo es el acabado de las manitas de cerdo rellenas de rabo de toro. La gelatinosa jugosidad que sugiere la combinación queda neutralizada al pasar por la plancha. Otra vuelta merece también la carrillera de ternera estofada al curry rojo, inapreciable el toque thai como guarnición del estofado.
En los postres también se nota la ascendencia italiana (panna cotta de café con leche). Muy interesante la gama de panes que acompaña este ecléctico itinerario de precio razonable. Toda la carta está disponible también en medias raciones, lo que invita a compartir y probar entre tanta variedad. La oferta de vinos es amplia y ajustada a diferentes tamaños de bolsillo. El servicio, sin formalidades, es amable y correcto.
Cocina ………………………………… 7
Servicio ………………………………. 6
Bodega ……………………………….. 8
Decoración /ambiente …………. 6
Global …………………………………. 7
Canción del (calabacín) pirata
mayo 4, 2012 § Deja un comentario
Con 100 gramos de soja
verduras pochadas a toda vela
no sólo fríe sino hornea
Un velero de calabacín
barca rellena le llaman
por su cremosidad, el untuoso
en todas las mesas conocido
Del uno al otro confín.
La soja en leche se baña
sal y pimienta marca,
y aguarda en hidratado movimiento
una hora y hasta dos
y va el capitán con delantal
cortando alegre ajo y cebolla,
pimiento, champiñón y zanahoria,
y su lado el calabacín en cocción.
Cocina, velero de soja mío,
sin temor,
que ni atún en frío
ni ternera, ni cerdo de matanza
tu textura a torcer alcanza
Ni a sujetar tu sabor.
Veinte minutos
hemos hecho
a despecho
de dos calabacines
y se han rendido
sus pulpas
vaciados cilindros
a cucharilla y dedos.
Que es mi el queso mi tesoro,
cremoso para untar,
mis verduras ya pochadas,
pulpa y el queso, juntar.
Allá cocinan feroz en la sartén.
Blanca crema
por el calor derretida
que la soja tengo por mía
cuanto abarca la sartén bravía
a quien puso en remojo añade
y hay tomates
pera, que no cualquiera
de bandera
que no sienta
mi dechado
aceite, cebolla
ajo y azúcar, triturado
salsa a mi valor.
Que es mi barco mi tesoro
relleno del dios de la sartén
mi salsa, tomate
sobre las barcas el remate.
A la voz en la mesa “barco viene”
es de ver
cómo vira y se previene
antes parmesano y gratinado
que yo soy el rey del calabacín,
y de furioso es amado.
La casa del óleo
abril 19, 2012 § Deja un comentario
Los negocios y la tierra empujan a Francisco Riberas, empresario de abolengo, a comprar en 1986 una pequeña parcela toledana atravesada por el Tajo. Los años corren y los lindes se estiran hasta convertir la finca Hualdo en un latifundio de viejos pastos mozárabes donde crece maíz, trigo, colza, guisantes y, sobre todo, olivo.
En los mismos escalones de monte por los que el ejército colonial africano avanzó a las ordenes de Franco hasta alcanzar la puerta de Madrid, se asientan ahora 285.ooo arboles del olivo.
La recolección es temprana, de octubre a enero. Persiguen una aceituna joven que regale zumos herbáceos y muy aromatizados. Sólo recogen el fruto pendido en la rama, nunca del suelo. Entre las columnas de árboles, un sedimento vivo mancha el terruño. “Los restos de la poda, las hojas, las ramas, en lugar de quemarlas las trituramos y las usamos de abono. Esto aumenta la materia orgánica y consigue un suelo vivo”, defiende Enrique Vivas, técnico de la empresa.
Cornicabra es la señorana castellana. De copa ancha, hoja verde militar y fruto grande en comparación con sus hermanas. Su aceite, robusto, sabe a manzana amarga y picante. Arbiquina es sofisticada, sedosa, la más elegante. El zumo de la catalana tiene ecos a tomate, alcachofa, a hierba recién cortada. Perfumada y olorosa como la huerta leridana.
Picual, la niña andaluza, es generosa. Se adapta sin queja a la dureza del clima toledano. Persistente en boca tiene gusto a platano verde. Y la exigente Manzanilla extremeña. Intensa en el paladar, cuerpo fino y aromas a achicoria y hierbabuena.
La almazara de Casas de Hualdo es austera y funcional. Una casa de Bernarda Alba donde las hijas del olivo entran frías a la tolva. La cinta las lleva al compacto que las limpia y las despalilla. Otra cinta, la báscula, otra tolva y empieza la molturación. El molino las transforma en esa masa ólea oscura. La batidora homogeniza las partículas y les sube la temperatura. “Nunca más de 27 grados”, recuerda Jesús Corcuera, el maestro de almazara.
Tras 20 minutos de liturgia centrifugadora se logra la separación de la triada. El orujo (hueso, piel y grasas), el alpechín (agua) y el aceite. La trinidad sincrética del olivo, símbolo de judíos, cristianos y musulmanes, las tres fes de la cuenca mediterránea.
El tamiz acaba de limpiar el óleo. “Conseguimos un 80% de cada molturación. Al ser aceitunas jóvenes no tienen demasiada grasa. Sacrificamos la cantidad por la calidad”, explica el maestro. Unos 700 toneladas embotelladas por ellos mismos bajo la marca Casas de Hualdo. Virtuosismo virgen extra.
De bollos y bocatas
marzo 29, 2012 § 1 comentario
Mi libro de Lengua olía a sardinas. A sardinas en aceite. Antes de ir al instituto, mientras yo desayunaba entre legañas el tazón de cereales, mi madre me preparaba un bocadillo. Lo envolvía en papel de plata y lo metía en la mochila. Yo nunca sabía lo que me esperaba entre rebanada y rebanada hasta la hora del recreo. Aquel día, la sorpresa vino un poco antes, en la clase de Lengua. Algo falló con el envoltorio y los laterales del libro navegaban brillantes entre los churretones salados del aceite de oliva y pimiento morrón.
Como casi todo lo que merece pena en la vida, los bocatas de mi madre manchan. No como aquellas geométricas cuñas que corrían por el patio con la crema blindada dentro de una corteza de chocolate a prueba de bombas. O esas palmeras deshidratadas con sabor a corcho. No hacía falta protección para los bollos, con un papel de estraza era suficiente.
Los bollos industriales apenas manchan porque su grasa es sólida y se llama trans. La otra palabra mágica es hidrogenización. Entran la chistera fordista aceites vegetales de baja calidad (coco, girasol) y sale una grasa consistente y untuosa que hace brillar los pasteles al finalizar la cadena de montaje.
Los lípidos no son necesariamente perniciosos. Son una potente fuente de energía, sirven para conformar el tejido y facilitar la absorción de algunas vitaminas. Pero hay muchos tipos de grasa y la trans es la peor, la que aumenta los niveles de colesterol HDL, el malo, y se come al bueno, el colesterol LDL. Los lípidos de una cuña de chocolate puede llegar hasta al 40% del total de nutrientes. Y la mitad de esa adiposidad es saturada y trans.
Si el canon de salud dice que no pasemos de 35% diario de grasa en nuestra dieta, para la subespecie de las saturadas y la trans, se reduce a un 10% y 2% respectivamente. Con los bollos industriales se desbordan todos los límites. Si seguimos poniéndonos rigurosos y no queremos pasarnos de la raya adiposa, quedarían vetados otros manjares altamente grasos. Pensemos en un par de huevos fritos o un buen solomillo con patatas, que además de suculentos, nos regalan una inmensidad más de, por ejemplo, proteínas, que la dichosa bollería industrial, cuyo aporte proteínico es pírrico, apenas un 5%
Las sardinas que mancharon mi libro tienen más grasa de la buena (la manida omega3), tienen fósforo, calcio, yodo y vitamina B12. Vamos, un dechado de virtudes. Y el jamón, un señor bocata de ibérico. Unos 50 gramos de pan y dos lonchas de jamón aportan unas 220 calorías, casi la misma proporción que los bollos. Pero la mayoría provienen de hidratos de carbono complejos (23,5 por cada 100 gramos) y de una buena ración de proteínas (14 %), con apenas el 8% de grasa. Es decir, tres veces menos que la bollería.
A los niños les gustan los bollos, a mi me gustaban. Tienen ese nosequé que engancha, parecido al otro nosequé de las hamburguesas de McDonalds. Un sabor especial y seductor difícil de definir, un misterio. Y no hay nada que conecte más con un niño que el misterio y la sorpresa. Cómo la que cada mañana me preparaba mi madre entre rebanada y rebanada.
Una morcilla en Japón
marzo 16, 2012 § Deja un comentario
Parecida pero distinta. David Ramos Truchero, gerente de Morcilla Devillada, reivindica las particularidades de la sangre embuchada palentina con respecto a sus vecinas, las icónicas morcillas de Burgos. Sin apenas arroz, todo el protagonismo es para la cebolla.
El parsimonioso pochado de la cebolla Horcal, la manteca de cerdo, el pimentón y el resto de especias han encontrado además un nuevo lenguaje común: la crema de morcilla Devillada.
Bautizada por sus creadores en 2008 como ‘la primera morcilla gourmet’, ha permitido a la empresa palentina, fundada en 1829, penetrar en el aséptico mercado japonés. A falta de conocer los resultados, Ramos Truchero no es “amigo de dar cifras”, la heterodoxia de Devillada se demuestra a cada brochazo. El último lleva por nombre Ecuménica, una morcilla despojada su esencia misma: la sangre.
Sois casi bicentenarios, ¿cómo ha cambiado la empresa en estos años?
El referente fue mi padre. En los años noventa, él decidió que el negocio evolucionara de productos cárnicos a morcilla. Y en 2006 yo decidí tomar el relevo.
¿Qué es lo que más te motivó?
Estudié Biología en la Universidad de León, y después Ciencia y Tecnología de los alimentos. Me sedujo la idea de innovar, de darle un cambio. Hicimos una renovación profunda, incluso de las instalaciones.
¿Qué otros productos producís?
Sólo morcilla.
¿Qué diferencias hay entre la morcilla Burgos y Palencia?
Todas. La morcilla de Villada (Villada es el pueblo palentino donde se encuentra la empresa) se hace solo a base de cebolla, no lleva arroz. Es más cremosa, y no se come en rodajas como la de Burgos. Se suele cocinar cocida o abierta la tripa, vaciada y cocinada la carne en la sartén.
¿Es así como surge la idea de la crema?
Es la misma morcilla pero con otro formato y dirigida a otro público. No necesita refrigeración, tiene una caducidad de dos años. Ofrece más posibilidades para untar, para hacer revueltos. Nos ha permitido, por ejemplo, entrar en Japón.
¿Cómo surgió la posibilidad?
La cultura y la gastronomía española les gusta mucho allí. Estuvimos con una delegación de Palencia, nos surgió un contacto y este año hemos empezado a comercializar la crema. Al no necesitar refrigeración y aguantar dos años, funciona muy bien.
¿Algún otro proyecto fuera de España?
Estamos planteándonos abrir a Estados Unidos. Es complicado porque tienen muchas restricciones en productos cárnicos y esto aumenta mucho los costes.
¿Qué tal está funcionando la morcilla sin sangre?
Ecuménica, la llamamos nosotros. La producimos y la comercializamos a demanda de los clientes cuyas creencias religiosas les impiden tomar este tipo de productos, como los Testigos de Jehová. Le demanda viene sobre todo desde Cataluña.
¿cómo la hacéis?
Es la misma morcilla, los mismos ingredientes pero sin sangre. Es de un color menos oscuro, mas rojizo. Pero no es un embutido vegetariano, también lleva manteca de cerdo.
Montsec, medalla de oro en el concurso de queso artesano del Pirineo
marzo 9, 2012 § Deja un comentario
La cremosa untuosidad de Montsec, curado de leche de cabra oscense, le ha convertido en el vigente campeón del concurso de queso artesano del Pirineo. Esta suculenta pieza ha sido una de las sensaciones del stand de Quesos Benabarre en la última edición del Salon del Gourmet, celebrada en Madrid del 5 al 8 de marzo.
Juan José Baró y Pili Marques son los responsables de la criatura. El matrimonio decidió, hace ya casi dos décadas, reconvertir el negocio familiar. Cuatro generaciones de Baró trabajaron las 40 hectáreas familiares de la Granja La Fondaña (Huesca) como una finca ganadera. Pero en 1994 Juan José decidió trasformar la leche en queso.
“En una época muy difícil para el mundo rural, nos dimos cuenta que la clave era cambiar la carne por el queso”, recuerda. Hoy cuenta con 500 cabras que se alimentan de manera ecológica, es decir, ni piensos ni añadidos químicos al abono orgánico, sólo estiércol y paja.
El ordeñado de las cabras dura 10 meses, con una producción de 500 litros al día. A través de tuberías de acero inoxidable, la leche va directamente de la ubre de la cabra a los tanques de frío para conservarla a 4 grados. El proceso de pasteurización dura 30 minutos a una temperatura de 65 grados. “Nosotros somos artesanos, vamos más despacio. La industria sube la temperatura a 75 grados y en dos minutos ha pasteurizado. Es una técnica más agresiva, nosotros cuidamos el producto”.
El queso Montsec es 100% leche pasteurizada, pero también usan leche cruda (sin pasteurizar), como el caso del Navarra. Una vez la leche se ha enfriado aplican el cuajo, siempre de origen del cabrito y esperan de 30 a 40 minutos.
Cuando ha cuajado lo cortan con las liras, un artilugio de hilos afilados “con forma de arpa”, explica Baró. El grano del Montsec es de corte grande. El objetivo es retener el suficiente suero como para lograr un final curado pero graso.
Una vez batido, pasa al molde y es prensado a mano, uno a uno, para darle su peculiar forma de saco. Llega entonces el turno de la salmuera, y de ahí a la bodega pasando antes por el oreo. Este es el momento clave. El Montsec pasa de 5 a 6 meses madurando al aire del Pirineo. Los mohos se van apoderando de toda la superficie y el punto exacto de retirada marcará la excelencia del bouquet. ¿Cómo adivinarlo? “Mi madre me dijo que nunca desvelara el secreto”, bromea Baró.
La Casa de Lúculo
febrero 23, 2012 § Deja un comentario
Victoria Beckham hizo suyo el lema existencial de Julio Camba. “España entera apesta a ajo”, decía ella, bolsa en mano, al salir de la tienda de Dior en el barrio de Salamanca. El lamento noventayochista de la célebre ex Spice Girl durante los dos años que pasó en Madrid sintetiza la aversión de ambos (Camba y Victoria) por la España más atávica y pacata. “La cocina española está llena de ajo y de preocupaciones religiosas”, desarrolló el cronista gallego para apostillar luego que, al fin y al cabo, “todas las cocinas han tenido un origen religioso”.
El periodista y escritor escribió La Casa de Lúculo en 1929, tras haber recorrido Francia, Reino Unido o Alemania como corresponsal. Un auténtico ensayo antropológico (El arte de comer, es la coletilla del título) en el que vuelca sus pormenorizadas reflexiones con lucidez y fina ironía. Una travesía global por la historia de la humanidad, atravesada, siempre, por la comida.
Desde su venerada Francia, “la mejor cocina del mundo, por no decir la única”; hasta China, auscultada, eso sí, desde los restaurantes mandarines de Londres; para llegar a la cocina antropofágica: “existe una humanidad a la que engordamos todos con gran trabajo desde que nace hasta que muere, y que sin no tiene una aplicación culinaria, no sé, en verdad, qué clase de aplicación podría tener nunca”.
No hay que olvidar los orígenes libertarios del autor, que siendo un niño se escapó de casa y viajó como polizón en un barco hasta Argentina. “La falta de recursos es, precisamente, donde comienza el apetito, base de la gastronomía… La comida constituye para ellos (gentes de dinero) uno de tantos deberes sociales”. La necesidad cómo estímulo: “El primer francés que se comió un caracol no era, ciertamente un epicúreo, sino un hambriento”. Para terminar diciendo que, “probablemente la gastronomía es un arte de clases medias”.
Su prosa fluida avanza desbaratando tópicos y pisoteando lugares comunes, con rigor y osadía. Si en España se cocina con aceite no es por gusto, sino porque tenemos “más olivares que prados”. Una cuestión de selección natural. “Obligados a cocinar con él nos hemos acostumbrado al aceite antes que a la mantequilla”. Acción, reacción: “Nuestro caso se repite en toda las orillas del Mediterráneo, donde si los hombres son bajos de estatura es por la falta de vitamina A (el aceite carece de de esta vitamina indispensable para el hombre durante su crecimiento)”.
Camba escapa de subterfugios, arriesga a pecho descubierto con apabullante minuciosidad. Arma su tratado de un didáctico capítulo científico nutricional. El carbono y el nitrógeno flotan entre las explicaciones ontológicas de los alimentos. Ensambla los albuminoides, la ósmosis o la diálisis en las teorías de la asimilación y la digestión.
La Casa de Lúculo también se reivindica como libro de cocina, con sus meticulosos consejos para lograr un buen asado o sus trucos para que no se corte la mayonesa :“Exige para su logro el asentamiento general de todo el universo”.
Pese a arremeter contra iconos de los fogones más españolistas como el cocido, el bacalao o los garbanzos, Camba disfrutaba de nuestro acervo gastronómico más popular. Sus amigos fundaron a su muerte (1962) una especie de club de fans (presidido por Antonio Mingote). Aún se reúnen una vez al mes en Casa Ciriaco, casa de comidas, particular templo del escritor y lugar hiperconectado a su biografía. Allí recuerdan que cuando Julio abría las puertas del comedor, paraba el paso, alzaba la cabeza y emitía veredicto. “Reconocía por el olor el punto exacto del aceite”, rememora uno de los actuales propietarios. “Con una buena nariz y algún dinero, se puede llegar muy lejos en esto de la gastronomía”, es otro de sus aforismos.
Y la pregunta, ¿Qué opinaría Julio Camba de las virguerías de la actual cocina (post) moderna española? La respuesta también se puede intuir entre las líneas La Casa de Lúculo: “Para comer lo primero que hace falta es comida, y lo segundo, imaginación”.
Una lubina imbatible
febrero 16, 2012 § Deja un comentario
Un Atlántico dócil abanica con sus olas el manto de arena blanca. La advertencia colérica del fin de la tierra se ha esfumado tres kilómetros al sur. Allí el viento golpea con ferocidad las rocas del cabo y el mar libra una guerra constante. En la playa de Langosteira el agua es un espejo reluciente. Un puñado de chalanas aparcadas en la orilla y un estrecho sendero hasta el restaurante. No hay violencia frente a los muros de mampostería de Tira do Cordel.
Al cruzar el toldo verduzco de la entrada, las grietas de unos dedos gruesos descansan sobre la madera de la barra del bar, junto a un vaso de cerveza. Un guiño, tal vez, a los pescadores que solían frecuentar el restaurante cuando aún era una humilde casa de comidas. José Castiñeira es el jefe. Orondo, recibe al comensal. Su cabeza jurásica muestra el camino hasta la mesa. Uno sólo puede seguir obediente el paso de su jersey a rayas. No hay sitio en el salón principal, con ventanas al mar, de estilo rústico, vigas de madera en el techo y la mampostería desnuda en la pared.
Para llegar al segundo comedor hay que cruzar la parrilla, desnuda también, a la vista y al olfato. Contacto directo con los aromas de la brasa. Castiñeira fue carpintero y emigrante en Suiza. Volvió a Finisterre, se casó, anduvo pescando y montó un chiringuito playero, hace ya más de 20 años, con una cuerda haciendo las veces de pomo en la puerta. (“Tira del cordel” es la traducción al castellano de la invitación a pasar que da nombre al restaurante).
Le ha ido bien. Las alabanzas de Santi Santamaría y la excelencia del producto marino le han dado para ampliar el local y subir el caché de sus platos. El menú de degustación es cumplidor: surtido de marisco y una porción individual de lubina. Si se acompaña de vino, no incluido, se redondea fácil en 50 euros.
Pero para disfrutar a escote hay que entrar a fondo en la carta. Unos percebes de libro. Explosión marina al desenvainar la cascará exterior que esconde la protuberancia oscura, gelatinosa y de punta flamantemente encarnada. Unas pequeñas pero sabrosas zamburiñas a la plancha amplificadas con una pizca de pimienta. Los longueirones (genuinamente autóctonos), molusco bivalvo de la especie de la navaja. De concha también nacarada pero recta y de vulva más cremosa.
Y la reina de la casa: la lubina. Presentada a la espalda. Dos y kilos y medio servidos en un plato largo de metal. Abierta como un libro sobre el eje ventral del pescado pero dejando el lomo unido. Sobre un salsa transparente y brillante (con el punto exacto de vinagre). La pieza entera se cocina a la brasa, recubierta de una densa capa de sal. El resultado es un crujiente de piel oscura sobre el que descansa la jugosa carne. Las turgentes lascas se abren al filo de la pala de pescado. Un bocado de delicadeza.
Cuentan los habituales que un concejal de Agricultura y Pesca de Santiago de Compostela recibió, años ha, a una delegación de Noruega. Un grupo de técnicos y políticos “de algún pueblo de por allí arriba”. Las alabanzas de sus homólogos al pescado nórdico irritaron al concejal. Herido en su orgullo les retó a la prueba empírica de comparar géneros. Alquiló un mini bus y llevó a los noruegos a Finsiterre ( a más de 100 kilómetros de Santiago). Castiñeira les había reservado sus mejores lubinas, acompañadas con excelsos blancos de Valdeorras. Al terminar el duelo, le leyenda dice que los nórdicos conversos se arrodillaron en la playa de Langosteira y bailaron juntos una muñeira.
El espectáculo debe continuar
febrero 2, 2012 § Deja un comentario
Álvaro ayudaba a su padre de vez en cuando en la pescadería. A finales de los noventa él era un adolescente, el mozo que cargaba con las cajas de merluza. Desde la cámara frigorífica del sótano al puesto de la familia Bonales, en una de las esquinas del Mercado de San Miguel. “Vendíamos pescado y los fines de semana algo de marisco”, recuerda extendiendo la palma de la mano sobre los platos de ostras, mejillones y gambas. Ya cocinadas y listas para consumir. Así es ahora el escaparte del único comercio que ha sobrevivido a la mutación del mercado. De plaza de abastos a centro gastronómico de diseño.
El nuevo proyecto comenzó a fraguarse en 2003. Un grupo empresarial fue comprando uno a uno los puestos. Muchos de los antiguos comerciantes eran solo arrendatarios y pese al cambio de dueño se aferraron a su alquiler, la mayoría de renta antigua. “Lo pasamos mal durante ese tiempo”, dice Álvaro. Los actuales propietarios no esperaron a hacerse con el mercado al completo para empezar las obras. Los puestos se fueron vaciando, las lonas verdes, el polvo y los paneles de pladur colonizaron el paisaje. “Después de aguantar el principio de las obras, el mercado estuvo cerrado muchos meses y nosotros seguimos pagando el alquiler sin que nos dieran nada a cambio”, cuenta. Tras siete años de tira y afloja con los comerciantes (de los cuales, los últimos 19 meses el mercado estuvo cerrado ), el hermoso edificio modernista, reconocido como bien de interés cultural, volvía a abrir sus remozadas puertas en 2009.
Álvaro está contento con el cambio. No da datos, pero dice que se ventilan de 100 a 150 raciones diarias de pulpo. Y que donde antes trabajaban dos (su padre y él) ahora son siete empleados. Eso sí, para cubrir un horario comercial más largo que antes: de 10 de la mañana a 12 de la noche.
El ecosistema bajo la cubierta de teja y hierro es de exaltación a la tapa sofisticada y al producto gourmet. Grupos de turistas (pocos con mochila), parejas melosas, gente guapa en general, pasea entre los ocho tipos de judías de Il Pastaio, las charcutería y sus (muy) mini hamburguesas de foi y trufa (1 euro), el esplendoroso fresón (7,8 euros el kg), el grifo de vermú, la barra de oloroso y fino (desde 3 hasta 13 euros el vaso) o el puesto de delicada mozzarela de vaca (3 euros por tapa). Otean, compran y degustan la captura en una de las asépticas islas centrales, diseñadas para reposar y presenciar exhibiciones: cómo fabricar bombones, guía de maridajes, fondues. Como apunta el maestro Capel, la gente no va a los nuevos mercados a comprar sino a comer, y de paso que está allí, compra.
La pescadería Serpeska vende producto fresco, perecedero. Pero también piensan en los gaznates apresurados: por 4 euros de suplemento te lo cocinan allí mismo. La carnicería, parrilla incorporada, forma parte de la hamburguesería Nostra. Los comercios señeros de la capital también tienen su sitio. Lhardy pone sus bartolillos, sus soldaditos de pavía; el Horno San Onofre ofrece chocolate, dulces y una amplia variedad de pan.
Unas 85.000 personas visitan semanalmente los 33 puestos, según la gerencia del mercado. Entre ellos, alguno de los antiguos clientes de la pescadería Bonales. “A veces se pasan, a tomar un vino y una tapita de pulpo”, cuenta Álvaro con una media sonrisa.